Más allá del ardor militante de estos dos intelectuales opuestos al hegemonismo occidental, a la opresión occidental bajo todas sus formas —colonial, liberal, neocolonial, neoliberal, etc.—, más allá de sus reflexiones sobre los medios para ponerle fin, Sheikh Imran Hossein, fiel al universalismo islámico, no oculta su respeto por las religiones y Vías de realización espiritual que respetan su ortodoxia particular, y llama a una unión sagrada ortodoxo-musulmana, mientras que Aleksandr Dugin aboga por relaciones interculturales mutuamente enriquecedoras en el marco de una política euroasiática multipolar, respetuosa de las grandes áreas de influencia cultural tradicional: china/tao-confuciana, hindú, islámica chiita/sunnita, cristiana ortodoxa/católica original, africana-multicultural, sudamericana multicultural, etc.
Si bien las concepciones de estos dos autores forman una crítica convergente y pertinente de la civilización occidental hipermoderna, globalmente uniformizada y desacralizada, ni uno ni otro evoca la influencia determinante de la cosmología monoteísta abrahámica en la formación de esta civilización, a pesar de que sea su matriz. En este punto, si no cuestionan su propia tradición respectiva, ¿cómo podrían no colaborar, aunque sea indirectamente, en la elevación mórbida de un monumento gigantesco cuyo colapso fue calculado desde su concepción? (3) —al menos no lo hacen como otros, de una obediencia distinta, que se empeñan en galvanizar a su audiencia invocando, encantados, la llegada de catástrofes prodigiosas…
Llegados a este punto del texto, se plantean dos preguntas:
I) ¿La inclusión de concepciones y representaciones apocalípticas en el corazón de la cosmología de los tres monoteísmos abrahámicos conduce progresivamente a la irrupción súbita de un delirio colectivo autodestructivo capaz de propagarse más allá de los círculos de creyentes practicantes originales?
II) ¿Esta conduciendo la debacle espiritual del Occidente colectivo a la instauration en el poder de neo-animistas infra-transhumanistas social-internacionalistas? —no es el lugar aquí para detenerse en una política europea (que ya no pertenece propiamente al ámbito político, reducido como está a la tiranía) que apunta a constituir no un vasto ámbito de influencia cultural tradicional, ya que ha perdido esa capacidad, sino un espacio civilizacional que impone de todas las maneras un imperativo cuantitativo (4).
En semejante marasmo civilizacional, ¡se puede imaginar sin dificultad la capacidad de disolución mortífera ligada al uso generalizado de Internet !